A consecuencia del calor soportado los primeros días, y como la previsión del tiempo no mostraba cambios, decidimos levantarnos antes para salir sobre las 6 y media de la mañana, media hora antes de que despuntara el sol sobre la dehesa salmantina, tan solo iluminados por las luces del pueblo y por la luna llena que nos acompañó durante varios amaneceres.
Calentamos café con leche en la cocina y desayunamos con algo de bollería. Salimos de San Muñoz por el otro extremo del pueblo, por la carretera que se dirige a Boadilla.
Después de 4 kilómetros por carretera, que resultaron muy cómodos a esa hora de la mañana, nos desviamos a la izquierda para entrar en el interior de la dehesa. Seguimos por caminos serpenteantes entre encinas y algunos cultivos de cereal durante 5 kilómetros hasta llegar a la carretera SA-315.
En otras estaciones del año es recomendable coger la carretera a la derecha para después coger la segunda pista de tierra a la izquierda y de ese modo evitar vadear la rivera de Cabrillas. Nosotros no dudamos en atravesar la carretera y seguir de frente en vez de dar ese rodeo, pues como imaginábamos estaba totalmente seca.
Poco después y durante varios kilómetros, la Cañada Real se cierra por la vegetación dejando un pequeño sendero para caminar en el que predominan jóvenes encinas rodeadas de jara pringosa. Agradecemos la sombra de las encinas cercanas al camino y el dulce olor de la jara.
Sobre el mediodía llegamos hasta una pista asfaltada con una explotación a pocos metros y tras atravesarla buscamos una buena encina para cobijarnos del sol y comer algo.
Tras el descanso, en media hora llegamos a las proximidades de Casa de Valdejudio, desde donde ya divisamos a lo lejos Alba de Yeltes.
Bajamos la pronunciada pendiente y cuando llegamos al río Yeltes lo atravesamos sin complicaciones. Bueno, siempre pisando bien para no torcer el tobillo con los enormes cantos rodados del lecho.
Dejamos atrás el seco río Yeltes y volvemos a caminar entre encinas. Pasado un rato nos desviamos y dejamos la Cañada Real para en media hora llegar hasta Alba de Yeltes.
Entramos en el pueblo en plena jornada dominical antes de la comida. No había gente por las calles debido al sol que pegaba fuerte, pero la terraza y el interior del bar Casa Juan estaba concurrida. Apoyamos mochilas y bordones y nos sentamos en una mesa de la terraza. Entré a pedir unas cervezas y las disfrutamos como si fueran un merecido premio. Cuando fue quedando vacío el bar, salió Juan a recoger vasos y al ver nuestras mochilas nos dijo. -Sois peregrinos. A lo que añadió. -Esperad que voy a llamar a Jacinto para que os abra el albergue. Tras hablar con el por el móvil, nos dijo que esperáramos en las antiguas escuelas a la entrada del pueblo, y después de unos minutos apareció Jacinto que nos recibió con una sonrisa en su rostro.
Jacinto Martín es un gran hombre. Curtido en Caminos de Santiago y conocedor de las necesidades básicas de un peregrino. No dudó en cuanto supo que este Camino cruzaba su pueblo, en ofrecerse como hospitalero y pedir ayuda al ayuntamiento para habilitar las antiguas escuelas como albergue de peregrinos. Y lo está consiguiendo. A nosotros con la ducha, el mullido colchón y el microondas para calentar el café con leche matutino nos bastó y estuvimos muy a gusto.
No tuvimos mucho tiempo para conversar y compartir experiencias, pues tenía familiares en casa y actuaba por la tarde junto con su esposa en una muestra de folclore popular charro, pero el tiempo que compartimos fue especial y quedamos encantados de haberlo conocido.
Desde esta entrada queremos mostrarle toda nuestra admiración.
Calentamos café con leche en la cocina y desayunamos con algo de bollería. Salimos de San Muñoz por el otro extremo del pueblo, por la carretera que se dirige a Boadilla.
Después de 4 kilómetros por carretera, que resultaron muy cómodos a esa hora de la mañana, nos desviamos a la izquierda para entrar en el interior de la dehesa. Seguimos por caminos serpenteantes entre encinas y algunos cultivos de cereal durante 5 kilómetros hasta llegar a la carretera SA-315.
En otras estaciones del año es recomendable coger la carretera a la derecha para después coger la segunda pista de tierra a la izquierda y de ese modo evitar vadear la rivera de Cabrillas. Nosotros no dudamos en atravesar la carretera y seguir de frente en vez de dar ese rodeo, pues como imaginábamos estaba totalmente seca.
Poco después y durante varios kilómetros, la Cañada Real se cierra por la vegetación dejando un pequeño sendero para caminar en el que predominan jóvenes encinas rodeadas de jara pringosa. Agradecemos la sombra de las encinas cercanas al camino y el dulce olor de la jara.
Sobre el mediodía llegamos hasta una pista asfaltada con una explotación a pocos metros y tras atravesarla buscamos una buena encina para cobijarnos del sol y comer algo.
Tras el descanso, en media hora llegamos a las proximidades de Casa de Valdejudio, desde donde ya divisamos a lo lejos Alba de Yeltes.
Bajamos la pronunciada pendiente y cuando llegamos al río Yeltes lo atravesamos sin complicaciones. Bueno, siempre pisando bien para no torcer el tobillo con los enormes cantos rodados del lecho.
Dejamos atrás el seco río Yeltes y volvemos a caminar entre encinas. Pasado un rato nos desviamos y dejamos la Cañada Real para en media hora llegar hasta Alba de Yeltes.
Entramos en el pueblo en plena jornada dominical antes de la comida. No había gente por las calles debido al sol que pegaba fuerte, pero la terraza y el interior del bar Casa Juan estaba concurrida. Apoyamos mochilas y bordones y nos sentamos en una mesa de la terraza. Entré a pedir unas cervezas y las disfrutamos como si fueran un merecido premio. Cuando fue quedando vacío el bar, salió Juan a recoger vasos y al ver nuestras mochilas nos dijo. -Sois peregrinos. A lo que añadió. -Esperad que voy a llamar a Jacinto para que os abra el albergue. Tras hablar con el por el móvil, nos dijo que esperáramos en las antiguas escuelas a la entrada del pueblo, y después de unos minutos apareció Jacinto que nos recibió con una sonrisa en su rostro.
Jacinto Martín es un gran hombre. Curtido en Caminos de Santiago y conocedor de las necesidades básicas de un peregrino. No dudó en cuanto supo que este Camino cruzaba su pueblo, en ofrecerse como hospitalero y pedir ayuda al ayuntamiento para habilitar las antiguas escuelas como albergue de peregrinos. Y lo está consiguiendo. A nosotros con la ducha, el mullido colchón y el microondas para calentar el café con leche matutino nos bastó y estuvimos muy a gusto.
No tuvimos mucho tiempo para conversar y compartir experiencias, pues tenía familiares en casa y actuaba por la tarde junto con su esposa en una muestra de folclore popular charro, pero el tiempo que compartimos fue especial y quedamos encantados de haberlo conocido.
Desde esta entrada queremos mostrarle toda nuestra admiración.
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